Constante y la calabaza gigante

10/26/2008 diecisietecosas 2 Comments


Había una vez un huerto mágico, lleno de calabazas gigantes.
Y su dueño se llamaba Constante.

Quizás era esa constancia que le daba nombre, la que le animaba cada día cuidar la huerta; y la furia con la que cortaba las malas hierbas, con aquella maquina atronadora, se convertía en paciencia, cuando regaba cada día con mimo todas las plantas de su huerta. Y quizás, por eso, o por otras secretas razones, de su huerta todo lo que salía era gigante.

La huerta no se veía desde el patio, ni desde la carretera. A ella se accedía a través de un túnel, oscuro, y lleno de plantas trepadoras, que escondía al otro lado aquel terreno grande, algo escarpado, misterioso y verde. Entre las decenas de calabazas gigantes que salpicaban el terreno corría la pequeña Laura, la nieta de Constante. Con algo más de un año y sus gafas rosas se subía encima de las calabazas y se intentaba abrazar a ellas.

Constante tenía un gran bigote, y es que Constante era un hombre grande, en todos los sentidos; hacia arriba, a lo ancho y hacia dentro. Cuidaba su huerta con amor, porque sino se le pone amor no salen estas cosas, decía, mientras fumaba un puro, -como no-, enorme. La abonaba con estiércol de su yegua Linda, y si insistías un poco, revelaba parte del secreto. Cerca de la casa -contaba casi en voz baja- había hace muchos, muchos años una fuente de la que decían, manaba agua milagrosa. Luego callaba y daba una calada a su puro gigante.

La pequeña Laura veía el mundo algo borroso, a través de sus gafas rosas y las calabazas gigantes, y los pepinos enormes, y los calabacines que parecen cohetes del espacio, eran muy fáciles de ver a través de aquellas gafas. Pero poco a poco, y sin que nadie supiera como, la pequeña Laura fue viendo y distinguiendo mejor las calabazas, cada vez más pequeñas, hasta que logró ver también a las hormiguitas que las recorrían, rotando sobre ellas, como si estuvieran descubriendo un nuevo planeta naranja.

Porque Constante no era solo un agricultor, quizás fuera un hechicero mágico que solo quería curar los ojos de su nieta.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Quizás, no se sabe, pero algo curaba a su nieta, ¿un hechizo?, ¿el amor de su abuelo?, ¿las calabazas?,...Tal vez el sentimiento de vida que trasmitimos en las cosas al final nos devuelve esa vida.

(curioso relato lleno de ternura en sus personajes, desde el abuelo hasta las calabazas)

-Carmen (barcelona)-

Anónimo dijo...

gigante, y...ETERNA!!!!! ACTUALIZA YA, MUJER!!!!