El paraíso cercano

7/24/2007 diecisietecosas 0 Comments


Están tan cerca que a veces en los días claros creemos que podríamos tocarlas con la mano.
Aunque a veces solo las miramos, cuando queremos saber si el día de mañana será limpio o nublado. Y el resto del tiempo nos olvidamos de ellas. Y se las dejamos a sus verdaderas dueñas. Las gaviotas patiamarillas.

Hace unos días me puse el kit de guiri y me fui hasta allí.
Estábamos rodeados de turistas de esos que vienen a Galicia a dejarse los cuartos, y no se quieren ir sin verlas. Ni un vigués a bordo.
Algunos tacones, lentejuelas de señora despistada e invasión de fotógrafos improvisados que se querían llevar un recuerdo de la foto de la bahía, como ellos la llamaban, a la salida de la ría.
Pocos debieron leerse el folletito que te dan al comprar los billetes de barco.
Porque a bordo se oían cosas como ''esa no es Cies, es Ons, que tiene muchas casas''..o ''¿como es posible que ya haya gente en la playa si no están habitadas?''...y lindezas similares.

Pero lo sorprendente fue el viaje de vuelta: bolsas llenas de conchas para llevarse de recuerdo, de mejillones para hacerse un arroz, (la advertencia de no llevarse fauna o flora del Parque no parece importarle mucho a algunos...), y algún turista que se lamentaba de no haberse traído la caña para llevarse unos 'peces' se mezclaba con el cansancio en las caras, la piel quemada de muchos, y las mujeres que se quejaban de tener que volverse en el barco con una bolsa de 50 gramos de residuos, que les pesaba mucho. Quizas más que los mejillones robados.


La última sorpresa fué una excursion de turistas ya mayores.
Los dejaron en tierra a las 17.30, les explicaron en cinco minutos donde estaba el lago y que en la isla habia una playa nudista, pero que estaba lejos(para quitarles las ganas), y les dieron 45 minutos para pasear, porque a las 18.15 se iban de vuelta a la siguiente visita.
La mayoría se quedaron en el bar.

Pero en medio de todo esto estaba el paraíso.
Y eso sí merece la pena.
Esa playa silenciosa, donde si arrimas la oreja a la arena casi oyes las pisadas de las gaviotas, y los susurros de los pocos bañistas intrépidos que se atreven a mojar los pies.
Esa arena fina, ese paisaje único y esa siesta que no quieres que acabe nunca porque la brisa te mece bajo el sol.
Y la mejor compañía.
Ahora tengo más claro que nunca que, a pesar de los invasores, el paraíso está aquí al lado.


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