Ahora que soy consumidora de tv a horas intempestivas, y que la uso casi como medicina para no dormirme, no hago más que ver programas de
castings.Tengo la sensación -y no soy yo sola- de que medio paÃs está de castings.
Hay una generación de veinte-treientañeros que deben pasarse las semanas con la pegatina del número pegada casi a la piel.
Hay castings de cantantes buenos, de cantantes malos, de cantantes inmigrantes que sueñan con poder darle una vida mejor a sus niños 'allá', de humoristas malos y buenos, de magos insoportables, de bailarines, y hasta de malabaristas y payasos de circo.
Todos esos señores cuarentones que trabajan en los pequeños circos que recorren el paÃs con mucha pena y menos gloria, se han puesto el traje de lentejuelas y se han ido de casting a probar suerte. Todos menos los domadores, supongo, porque en los programas que he visto de castings de animales, solo salÃan perros, asà que los leones tendrán que esperar.
Ya te llamaremos, le habrán dicho.
Rugido al canto.
Quizás es que al final puede que sea verdad eso de que todos soñamos con nuestro minuto de gloria, y ese minuto grabado en el video de casa, encima de la cinta VHS que hacÃa años que nadie usaba, es un tesoro.
El minuto de la niña cantando una de Malú algo desafinada, del niño haciendo piruetas, o del hijo rebelde, bailando
breakdance, y sorprendiendo a ese padre que siempre pensó que
'eso' era vaguear, y ahora descubre, porque se lo dicen en la tele, que ahà hay futuro.
Ese minuto se verá mil veces.
Y la madre, que vive para su niña o su niño, y es mucho más crédula que su marido, aunque lamente que no haya pasado a la siguiente ronda, -porque para ella, es el mejor,- cuando todos se vayan a la cama, casi a oscuras, irá al salón, y buscará el viejo mando a distancia del video que nunca usan, y le dara al
PLAY de nuevo y llorará de la emoción, una vez más.
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