Nombre y apellidos
Sacó fuerzas de donde no las tenÃa y esa mañana madrugó más que otros domingos. Convenció a su cuñado para que le llevara, se vistió rapidamente, y fue hasta aquel lugar, ansioso por cumplir aquella misión que preparaba desde hace semanas.
HacÃa mucho frÃo fuera, pero sabÃa que merecerÃa la pena la espera. Casi una hora en medio de fumadores empedernidos, fotógrafos y chicos de la organización, que ellos llaman 'CREW' -en manga corta-, y llegó el momento que esperaba.
Pero antes, se acercó a una mujer y llevó a cabo la penúltima fase del plan. Le pidió un boli con la voz temblorosa. Ella también le ofreció un papel. Pero en su bolso solo tenÃa folios impresos con noticias tontas de domingo por una cara, dibujos naif de mujeres, y algún apunte de trabajo.
A él le daba igual.
Le pidio una última cosa, con aquella voz que parecÃa no querer salir de debajo del jersey de lana, oscuro. No se habÃa abrigado tanto como debiera.
Estoy recien operado, le dijo, perdóneme por esta voz.
Y le pidió que ella escribiera en aquel papel su nombre.
Un nombre normal, demasiado común. Un apellido difÃcil de recordar.
Ella lo hizo y le dió el papel.
Él le dió las gracias y se fue a esperar a su lugar de nuevo.
Y llegó el momento. Y salieron de sus coches blindados rodeados por una multitud. Era casi imposible acercarse a ellos. Tardaron solo unos pocos segundos en atravesar aquellos 10 metros de la entrada abarrotados de gente mientras los escoltas, los ayudantes, los chicos de la CREW intentaban que nadie les tocara.
El hombre se alejó sabiendo que habÃa cumplido su misión.
Mientra daba su discurso, aquel hombre no sabÃa que en el bolsillo izquierdo de su americana azul marino, carÃsima, de domingo casual de lÃder polÃtico, habÃa un papel, por un lado una frase suelta de cualquier noticia del domingo. Por el otro, aquel nombre.
HacÃa mucho frÃo fuera, pero sabÃa que merecerÃa la pena la espera. Casi una hora en medio de fumadores empedernidos, fotógrafos y chicos de la organización, que ellos llaman 'CREW' -en manga corta-, y llegó el momento que esperaba.
Pero antes, se acercó a una mujer y llevó a cabo la penúltima fase del plan. Le pidió un boli con la voz temblorosa. Ella también le ofreció un papel. Pero en su bolso solo tenÃa folios impresos con noticias tontas de domingo por una cara, dibujos naif de mujeres, y algún apunte de trabajo.
A él le daba igual.
Le pidio una última cosa, con aquella voz que parecÃa no querer salir de debajo del jersey de lana, oscuro. No se habÃa abrigado tanto como debiera.
Estoy recien operado, le dijo, perdóneme por esta voz.
Y le pidió que ella escribiera en aquel papel su nombre.
Un nombre normal, demasiado común. Un apellido difÃcil de recordar.
Ella lo hizo y le dió el papel.
Él le dió las gracias y se fue a esperar a su lugar de nuevo.
Y llegó el momento. Y salieron de sus coches blindados rodeados por una multitud. Era casi imposible acercarse a ellos. Tardaron solo unos pocos segundos en atravesar aquellos 10 metros de la entrada abarrotados de gente mientras los escoltas, los ayudantes, los chicos de la CREW intentaban que nadie les tocara.
El hombre se alejó sabiendo que habÃa cumplido su misión.
Mientra daba su discurso, aquel hombre no sabÃa que en el bolsillo izquierdo de su americana azul marino, carÃsima, de domingo casual de lÃder polÃtico, habÃa un papel, por un lado una frase suelta de cualquier noticia del domingo. Por el otro, aquel nombre.
Escrito con letra de mujer.
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